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Mostrando entradas de diciembre, 2022

Un humano en medio de la deshumanización

Cuando veía pasar a los 200 niños acompañados por el señor mayor de siempre por el gueto, deseaba más que nunca volver a mi infancia para poder estar ahí. Era increíble la alegría que le podían dar a un lugar tan desolado como lo era ese. Con la simpleza del infante y del adulto mayor, quien cree que ya sabe todo, pero que con los niños aprende más que en 10 años de su vida. Esos niños huérfanos que caminaban junto a él cantando. Siempre cantando. Cuando se oían vocecitas sabíamos que eran ellos que habían salido a dar una vuelta. Y podíamos salir “tranquilamente” a la calle a verlos pasar. Janusz Korczak fue un verdadero cuidador, hasta su último suspiro acompañó a los niños de su orfanato, con quienes había fundado su propia República de Niños. Una persona, que desde los momentos donde los nazis querían deshumanizar a todo el que se le cruzase, le regaló a 200 infantes sonrisas, valores y una distracción del horror que sucedía dentro y fuera del Gueto de Varsovia. Korczak...

A vos...

Hoy te escribo a vos, que me dijiste que durmiese más horas cuando sólo tenía cuatro encima. A vos, que me preparaste el mate y me dejaste hablar de corrido. También a vos, que siempre me dejaste ir a tu cama de noche, y con tu silencio y mis lágrimas pasábamos largas madrugadas. A vos, que siempre te mostraste fuerte para que yo sintiese que era el momento para permitirme llorar. Vos, que supiste no insististe en regar las plantas porque sabías que se venía una tormenta. Y porque me escuchaste relatar la misma canción sin saltearla.  A vos, porque me ayudaste a ser yo cada vez que mi identidad amenazaba con desaparecer. Porque cuidar es dar sin recibir, es mirar al otro en los momentos donde no está pasando por su mejor noche estrellada. Gracias mamá, papá, abuelos, amigos y mariposas. Porque sin su cuidado, yo aún sería un barco a la deriva, o quizás, ya hubiese naufragado...

Verano

 Este verano no aparenta tener sabor a helado y arena; sus primeros días saben a decepción mezclado con expectativa. El verano se derrite como el helado del niño sobre su mano; se siente como si estuviésemos pegados al Sol. Su sabor tan místico como el que recuerdo de pequeña, se va viendo desmentido, por los nervios de las fiestas, y el estrés de la escuela. El verano no se derrite sólo, nosotros derretimos el verano.

Érase una vez un palacio hecho de azúcar

 Érase una vez un palacio hecho de azúcar, a donde todos querían ir. Pero para llegar había que emprender un largo viaje. Algunos lo llamaban recorrido, otros travesía. Hay quienes, por supuesto, preferían no ponerle nombres. Nunca entendí por qué todos querían llegar así, es decir, azúcar puedo comprar en el supermercado, ¿o no? Se rumoreaba que en ese palacio había ángeles que curaban cosas con varitas, pero qué errada está la gente, pues esas son las hadas. Como no sabía para dónde ir, seguí al resto; conocí a un grupo de chicos con quienes compartí 11 bellos años. Después nos tuvimos que separar, pero me encontré con un grupo de chicas con quien ya voy compartiendo 2 lindos años, que aparentan a ser 3 más, o sea, 5 en total. En mi camino no hay senderos, pues yo los construyo. Busco el palacio, pero no sé bien por qué. El camino es indefinido, pero no infinito; ya que vi a algunos abandonar el recorrido. Hoy iba pasando por una playa nublada donde no se podía ver el horizonte, ...