Me veo en Berlín, no sé por qué; quizás porque últimamente quiero viajar ahí. Estoy sola, también inquieta. El cielo celeste está sobre mi cabeza para recordarme lo inmensa y cambiante que puedo ser. Estoy cansada, así que busco un lugar para sentarme. Quedo enfrente de varias puertas. No son todas iguales. Tienen diferentes formas y colores. También tienen cartelitos de madera que indican qué tienen detrás. Algunas, creo yo, que no necesitan cartelito, porque es evidente de qué son. Como la del tiempo, por ejemplo, que es un gran reloj de bolsillo, justo como el que tiene el Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas; ¿estaré ahí?, ¿dónde estoy?, ¿dónde no estoy? El interminable tik tak hace que me pierda en mis pensamientos, y me quede "tildada" mirando la puerta. Dudo en si abrirla o no. Mi pasado me tortura, mi futuro me asusta, pero mi presente me gusta. ¿Acaso el tiempo no es infinito presente?... A la derecha del tiempo está el dolor. Es una puerta muy...
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