Me veo en Berlín, no sé por qué; quizás porque últimamente quiero viajar ahí. Estoy sola, también inquieta. El cielo celeste está sobre mi cabeza para recordarme lo inmensa y cambiante que puedo ser. Estoy cansada, así que busco un lugar para sentarme.
Quedo enfrente de varias puertas. No son todas iguales. Tienen diferentes formas y colores. También tienen cartelitos de madera que indican qué tienen detrás. Algunas, creo yo, que no necesitan cartelito, porque es evidente de qué son. Como la del tiempo, por ejemplo, que es un gran reloj de bolsillo, justo como el que tiene el Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas; ¿estaré ahí?, ¿dónde estoy?, ¿dónde no estoy? El interminable tik tak hace que me pierda en mis pensamientos, y me quede "tildada" mirando la puerta. Dudo en si abrirla o no. Mi pasado me tortura, mi futuro me asusta, pero mi presente me gusta. ¿Acaso el tiempo no es infinito presente?...
A la derecha del tiempo está el dolor. Es una puerta muy vieja, que está arañada, como si un león hubiese intentado destruirla. A esa sí que no me acerco. A nadie le gusta sentir dolor, pero ¿acaso el dolor, a veces, no hace que nos sintamos mejor?
Alejada de estas dos puertas se encuentra la última: la del amor y gratitud. Me cuestiono sobre por qué estará alejada, si el amor a veces suele, y sentirse en gratitud con uno mismo lleva Tiempo. ¿Será así porque así lo quiso la puerta más temida, y aquella que yo quiero ignorar? Ya saben, la puerta de la Sociedad. Si bien a mí no me gusta mucho esta puerta, hay algo muy curioso en ella. Y es que es de muchos colores, tamaños y formas- Está pero al mismo tiempo no. De un momento a otro la pierdo de vista. La busco pero no la encuentro, ¿por qué la quiero tener tan presente? Desconfío, el miedo de dar un paso y caer al vacío. Temo perder esta sensación de paz; que si no fuese por el dolor, no sabía que existe; que si no fuese por el amor no la hubiese conseguido; y que si no fuese por el Tiempo, no la hubiera esperado...
Un sonido de la calle logra ser lo suficientemente fuerte para desconcertarme. Pero no le doy importancia, simplemente vuelvo a cerrar los ojos y todo vuelve a como estaba.
Veo al Sol asomarse por el horizonte, pintando el cielo de tonos rojizos y naranjas. Y en ese momento que pierdo la vista en el cielo, mi mariposa favorita, la mariposa Ulises, se posa sobre mi nariz, y entiendo que es hora de volver a casa. Suspiro. En ese instante todas las puertas se unen y se transforman en una, se ve que las puertas también pueden pasar por la metamorfosis...
Abro con delicadeza el picaporte de esa puerta, y antes de sumergirme en ella, entiendo que esa puerta soy yo, así que con mi mariposita en la nariz me adentro en esa extraña puerta con más valor. Me observo, y entiendo lo que soy...
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