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Mostrando entradas de marzo, 2023

Miedos

  Hubieron miedos que fueron y vinieron por el mundo. Pienso en nuestros ancestros que quizás su mayor miedo era la oscuridad, o los monstruos que podían acechar por aquí o por allá. Y creo yo que no es casualidad, que desde pequeños lo primero que aprendemos a tenerle miedo es a la oscuridad. Supongo que por eso la luna nos da tanta calma, esa luna que lloró la historia, que es nuestra y fue de nuestros abuelos. Esa luna que nos iluminó, y que a mí al menos, me consoló por el tragaluz de la cocina cuando estaba en su ciclo lleno. Los miedos evolucionan, sí, pero su base es la misma. Nunca se acaban, siempre desafían. El miedo a expresarse no es nada novedoso de este siglo, ¿o acaso las sufragistas no temían cuando salían a manifestarse? ¿O el judío no temía cuando oía unos golpecitos contra su puerta? Todos tenemos miedos, algunos grandes y otros chiquitos. La sociedad misma es la academia para formar los mejores miedos: a la apariencia, al qué dirán, al cómo ser y cómo no a...

Circos modernos

Equilibrista no es sólo quien se mantiene firme sobre una cuerda floja enfrente de miradas expectantes. O al menos no en el sentido literal. Es equilibrista quien trabaja y estudia; quien lee y escribe; quien oye y compone. Es equilibrista el adolescente con la música fuerte, y el docente que da clase a la hora de la siesta. Equilibrista es quien no tiene miedo a caer. Equilibrista la patinadora que intenta el camel una y otra vez. Equilibristas somos todos, porque vivimos en un mundo que constantemente nos tiene en cuerda floja, y la tensa para que se tambalee, lo que provoca que mi tierra se mueva, y los terremotos con lágrimas sucedan. Somos equilibristas en cuerdas con nudos, y malabaristas con fuegos lentos y consumidores. Somos payasos al intentar agradarle a todo el mundo, y somos leones que ya no aparecen en algunos circos. Somos una montaña rusa de emociones, y hoy, te hablo más allá del parque de diversiones.

Felicia y La Cosa

A Felicia no le gustaba dormir la siesta. Pese a todas las advertencias de su abuela, diciendo que hasta las arañas se la llevarían si no dormía, ella seguía sin aceptar ese momento de tranquilidad que acecha siempre la ciudad de Santa Fe. Estaba sola en la pieza, mirando el techo. No podía hacer nada más. Contó las tablitas del techo unas quince veces, y evalúo cada mancha que tenía la oscura madera. Giró para la derecha, no le gustó la posición, volvió a estar boca arriba; se puso boca abajo; se desesperó. No podía dormir. No quería dormir. Ella quería salir a jugar o tomar la leche con su mamá. Pero claro “todos estaban cansados” y querían descansar. Pero Felicia tenía energía. No tenía por qué descansar. Había madrugado para la escuela, pero nada más. Su hermana decía que tenía una batería inagotable. Felicia odiaba estar aburrida. En serio, lo detestaba. Ya había pensado e imaginado todo lo que se le venía a la cabeza, desde de qué festejaría su cumpleaños hasta cómo sería...

Despedidas

 ¿Quién escribirá las despedidas? ¿Y por qué son tan variadas? Hay algunas de risas mezcladas con lágrimas y otra con una copa de champan. En la despedida está el deseo de agarrar el tiempo con las manos, y observar todos los detalles antes que se esfumen en un recuerdo que acabe al despertar. Hay despedidas chiquitas, como cuando se arranca una hoja de un cuadernillo, u otras gigantes, como cuando dejamos de ver a alguien. La despedida es nostalgia y renacimiento. Se ve en la naturaleza, se ve en los cuerpos. Me despido de la infancia, pero manteniendo viva a la peque interior dándole mucho brownie. Me abro a la adolescencia, armando resúmenes un viernes a la noche y tomando miles de mates en la semana. Espero la adultez con metas y deseos. Mi intención nunca fue volverme grande, ¿pero para qué quejarme si sé que ya va a pasar? Sabiendo que las despedidas son necesarias, le sacamos un poco de drama y usamos lentes con más aumento para intentar vislumbrar qué vendrá después...