Hubieron miedos que fueron y vinieron por el mundo. Pienso en nuestros ancestros que quizás su mayor miedo era la oscuridad, o los monstruos que podían acechar por aquí o por allá. Y creo yo que no es casualidad, que desde pequeños lo primero que aprendemos a tenerle miedo es a la oscuridad. Supongo que por eso la luna nos da tanta calma, esa luna que lloró la historia, que es nuestra y fue de nuestros abuelos. Esa luna que nos iluminó, y que a mí al menos, me consoló por el tragaluz de la cocina cuando estaba en su ciclo lleno. Los miedos evolucionan, sí, pero su base es la misma. Nunca se acaban, siempre desafían. El miedo a expresarse no es nada novedoso de este siglo, ¿o acaso las sufragistas no temían cuando salían a manifestarse? ¿O el judío no temía cuando oía unos golpecitos contra su puerta? Todos tenemos miedos, algunos grandes y otros chiquitos. La sociedad misma es la academia para formar los mejores miedos: a la apariencia, al qué dirán, al cómo ser y cómo no a...
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