¿Quién escribirá las despedidas? ¿Y por qué son tan variadas? Hay algunas de risas mezcladas con lágrimas y otra con una copa de champan.
En la
despedida está el deseo de agarrar el tiempo con las manos, y observar todos
los detalles antes que se esfumen en un recuerdo que acabe al despertar.
Hay
despedidas chiquitas, como cuando se arranca una hoja de un cuadernillo, u
otras gigantes, como cuando dejamos de ver a alguien.
La
despedida es nostalgia y renacimiento. Se ve en la naturaleza, se ve en los
cuerpos.
Me despido
de la infancia, pero manteniendo viva a la peque interior dándole mucho
brownie. Me abro a la adolescencia, armando resúmenes un viernes a la noche y
tomando miles de mates en la semana. Espero la adultez con metas y deseos. Mi
intención nunca fue volverme grande, ¿pero para qué quejarme si sé que ya va a pasar?
Sabiendo que las despedidas son necesarias, le sacamos un poco de drama y usamos
lentes con más aumento para intentar vislumbrar qué vendrá después.
Porque como
la oruga sale de la crisálida siendo mariposa, o la serpiente muda de piel, yo,
vos, todos, nos despedimos de cosas todos los días.
Me despido de
la noche bebiendo una taza de café con leche a la mañana. A fines de noviembre
el jazmín se despide de mi ventana, y cuando terminan las clases me despido de
la promoción que se va a casa.
Hoy escribo
despedidas, y trato de no hacerlas nostálgicas. Las busco en lo cotidiano, en
lo casi diario.
Te despido,
con un beso y un abrazo; y te espero la semana próxima para volver a encontrar(nos)…
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