Palomita gris, que llegaste volando con una alita rota, con lágrimas en tus ojos y con un corazón roto y dañado. No me pediste ayuda explícitamente, pero yo al verte ahí, sentada solita, no fue necesaria ni una sola palabra para entender que necesitabas ayuda. No sé si precisamente de mi parte, pero al acercarnos en seguida me aceptaste.
Me constaste todo lo que sufrías, y a mí el corazón se me iba partiendo de a poquito. Ahí retomé el propósito por el cual me despierto día a día: ayudar; a vos y a los demás. Pero a diferencia de un par de años atrás, ahora también me quiero ayudar un poquito más.
Te prometí que te enseñaría a volar, que curaría tu ala y secaría tus lágrimas. Era mi propósito. Empezamos a pensar soluciones, pero nada parecía funcionar. Hasta que un día te vi llegar con una media sonrisa y se me llenó el alma de alegría. Tu felicidad implicaba la mía, y aunque esto no esté del todo bien, poder ayudar siempre me hizo encontrar mi ecuanimidad.
Te caíste del árbol una y otra vez, y hasta había veces en las que no me daba cuenta, pero intentaba ayudarte para que vuelvas a subir.
Ay mi palomita gris, cómo te explico que todas somos blancas, pero que caer sobre el barro nos mancha. No sos gris, sos blanca, sólo que aún no encontraste un lago para limpiarte. Vas a poder salir, vas a poder ser blanca y me pongo como propósito que volemos juntas desplegando nuestras alas...
Comentarios
Publicar un comentario