"Querida Pasión:
Qué lindo fue descubrirte. Aunque no sé si te encontré, o si siempre estuviste ahí, y a mí sólo me faltaba buscarte un significado en el diccionario.
Te escribo para identificarte en algunos aspectos de mi vida; ya escribiéndote te darás cuenta que la escritura me apasiona. Pero, ¿qué más? Quizás aprender y escuchar. Leer también me gusta mucho. Pero esas son las pasiones de siempre, ¿qué hay de las más recientes? Seguro ya sabes en qué estoy pensando, después de todo, siempre te gustó estar ahí: en la Historia. Pero no cualquier historia, sino que en la de Ana. Ana Frank, la niña judía que escribía desde la esperanza en los tiempos más crueles de la humanidad. Me apasiona trasmitir su legado.
También me apasiona compartir con otros, la música vieja a todo volumen, y los mates en el escritorio mientras estudio para alguna prueba que se asoma por ahí.
Me apasiona apasionarme.
Escuché la otra vez, que la Sociedad una vez más estaba haciendo sus maldades. Hay quienes disfrutan de matar pasiones: como la profesora de Tecnología, que castiga al artista que garabatea sobre el margen; o los vecinos, que repudian a la que toca la trompeta todos los sábados a las cuatro de la tarde y los levanta de la siesta.
Pero el mayor asesino es el Tiempo. Aquel que nos dice que dejemos nuestras pasiones por un rato, para concentrarnos en cosas "más importantes". Es ahí cuando, te guardamos, bella Pasión, y empezamos a hacer las cosas en piloto automático. Sin embargo, hacer las cosas sin pasión, es hacerle jaque mate al corazón.
Te escribo, gran compañera del alma, luego de pasar tres semanas empapada de tu hermosura; para que te quedes por siempre, y para que me ciegues y me hagas fuerte ante todos aquellos que quieran hundirme.
Te saluda atentamente,
la sonrisa, el corazón, y Marti."
Cierro el sobre con la carta dentro y voy a la oficina de asuntos amorosos; pensé que mi carta para la Pasión iba a ser recibida y enviada ahí. Pero me equivoqué, me dijeron que la pasión no era sólo amor, y por eso no podían enviarla.
Así que salí de la oficina, y sobre una lavanda vi--como siempre--a mi mariposita, que se me acercó, se posicionó sobre la carta y entendí que el buzón para enviarla estaba en mí corazón...
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