Ya casi sin
lágrimas me abrazo al relicario que tengo colgado alrededor del cuello.
Confía
confía confía. Me digo
en un susurro.
Pero en
realidad, me harté de confiar.
Me harté de
confiar en vos y en tus “vamos viendo”.
Me harté de
confiar en tus promesas de madrugada y tus incoherencias a la mañana.
Me harté de
confiar en lo que decías. En lo que soñabas. En lo que imaginabas.
Me harté de
confiar.
Y es así,
te lo tengo que decir. Esto de ir hablando y un “vamos viendo” no me sirve de
nada.
¿No te das
cuenta de la falta de sensatez en tus palabras? ¿No te cansas vos también del
ciclo: like en una historia, un piropo barato, una charla vacía, y vuelta a la
vida?
Yo confié,
porque me lo dijo todo el mundo, menos vos.
¿Sos capaz
de pronunciar algo más allá del “sos muy
linda” o “me haces reír”? Dejame decirte que tu profe de lengua fracasó enseñándote
adjetivación.
Pero yo
confié.
Cuando todo
marchaba bien me segué por esos recuerdos que quise revivir, y cegada ante la
incertidumbre, me entregué.
Qué error
cometí por confiar en lo que demostrabas ser.
Esta vez no
respondo tu llamada.
Dejo el
teléfono al costado de la almohada con alguna playlist barata sonando en los
auriculares.
Sigo con el
collar entre las manos.
Esta vez,
no voy a volver a confiar en tus promesas de madrugada.
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