El verano trae algo mágico de lo que pocos hablan: los cortes de luz provocados por las tormentas que aflojan el calor.
Sé que no se
comprende lo mágico de un suceso que parece ser tan trágico en el día a día ya
que nos hace desconectarnos de los alrededores para estar ahí, en silencio, en
casa. Quizás por eso incomoda tanto.
El otro día
me cortaron la luz.
Mientras me
bañaba observando la llama de la vela que bailaba al ritmo de los movimientos del
viento; me percaté que las personas somos como el fuego. Y no lo digo al estilo
Galeano.
Y es que,
parecemos estar firmes, pero ante los primeros soplidos amagamos a apagarnos.
Pero pocas veces transciende el amague porque volvemos en esa velita a ponernos
firmes para luchar contra cualquier ráfaga.
Trasladar una vela de una habitación es un arte cuidadoso, como temiendo que si se apagara, no podríamos jamás volver a encenderla. ¿Cómo nos trasladamos a nosotros mismos? ¿podemos volver a encendernos?
La tormenta
responsable del corte de luz desafía nuestra convicciones con sus vientos
amenazadores. Sin embargo, nos mantenemos ahí, encendidos. Porque somos y modificamos
energía; porque nos quemamos de los fuegos ajenos pero aprendemos a tolerar los nuestros.
También
compartimos chispa con aquellos que se tambalean con el viento,
Porque en
tiempos de tormenta,
Tenemos que
ser fuego.
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