La gente común guarda los secretos en la garganta.
Los anuda.
Los tensa
cuando alguien comienza a intentar desenmarañarlos.
Pero mi
amiga, los guarda más adentro.
Ni su mamá
fue capaz de entender por completo lo que padeció aquella noche.
Fuimos al
boliche, casi nunca íbamos, pero esa noche una fresca revolucionaria nos
impulsó a no quedarnos acobijadas bajo el aire acondicionado.
A las 4 se
desvirtuó todo. Perdí a mi amiga de vista, pero supuse que era algo común, habrá
ido al baño, pensé.
La imagen
de Camila haciendo contacto visual conmigo minutos antes no la borraría jamás de
mi mente.
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Semidesnuda
inconsciente al costado del boliche. Ahí la encontré con el patova que me ayudó
a buscarla.
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Camila no guarda
el secreto de su violación en la garganta. El útero no sirve solo para concebir
vidas, sirve también para guardar secretos.
Hay muchas Camilas
ahí fuera que, como mi amiga, deben vivir con el temor de cruzarse a su agresor
en el supermercado, en otro boliche—si es que alguna vez pueden volver a salir—o
en el psicólogo.
Entre la
vorágine de lo cotidiano, la naturalización de que adolescentes sean violadas
cuando salen de fiesta, y los más de 20 femicidios que sucedieron este 2025;
Camila y yo vivimos con miedo.
Miedo de lo
que alguien puede convertirnos. Miedo de tener que dejar de guardar los
secretos en la garganta.
Miedo de
ser asesinadas, y que nuestras mamás no puedan pedir justicia adecuada, porque nuestro
caso no sería apto para el código penal.
La próxima vez
que creas que hay que eliminar al feminicidio del código penal, te invito a que
pienses en Camila. En mi amiga.
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