Para la mayoría de las personas cambié mucho, por ejemplo, para el médico, que siempre que por alguna u otra razón acabo en su consultorio, me dice que cambié mucho con respecto a la última vez que me vió. Pero, ¿qué cambió?, me siento igual, ¿o no?. Mis ojos, mi pelo y mi cuerpo–aunque este último sufre de cambios—, son siempre siempre los mismos, así que, ¿en qué cambié?
Hasta donde yo sé, los cambios no tienen patitas, así que no podemos oir sus pasos. Pero hay veces, en los que los percibimos. Es decir, al menos para mí, cuando hay algo dentro de mí que comienza a arder, presiento que va a venir un cambio que va a doler. Hay cambios que no podemos evitar, pero hay otros que podemos retrasar.
Por otro lado, en uno de esos cambios que como humanos no podemos evitar, se empieza a sentir una fría ráfaga de viento, lo que nos indica que se avecina una tormenta. Hay momentos en mi vida, en los que se siente como una tormenta, pero no solo porque todo es gris y estruendoso, sino también, porque sé que luego tendré un clima un poco más fresco; en el que respiraré otro aire, que me secará la garganta y será menos denso que el aire caluroso anterior. Es decir, que se avecina una época mejor. O eso al menos espero yo…
Soy como el cielo, siempre cambiante, pero siempre igual de hermoso. Me cambio de ropa, de colegio, de libros y de cuadernos. Acepto mis cambios, aunque ardan como el fuego, o enfríen como la nieve; sé que todo cambio llega por algo, para que a corto o largo plazo, nos ayuden a transformarnos de una vez, en unas hermosas mariposas.
Tal vez haya varias mariposas en una misma oruga...
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