Mi fuente de sabiduría está en varios lugares: cada vez que suena el despertador a las 6 a.m. y comienzo mi día con un café con leche en la cocina. Está en las canciones que me acompañan camino a la escuela mientras miro el amanecer; está en cada mate que comparto con mi abuela, está en todos lados, pero a veces siento que no está en ninguno.
Hay veces en las que mi sabiduría se agranda, y otras en las que se divide para compartirla con alguien más.
No sé qué dicen los sabios, así que no sé qué me diría si fuese mi propia sabia. Probablemente me diría que mire para atrás y busque cada momento, cada charla y cada libro leído para ser más sabia. También me diría que, a veces, menos es más; que es mejor divertirse y un 7 sacar, a que tener un 10 pero sin uñas quedar... Disfrutar cada momento también es sabiduría.
Sabiduría además es saber cuándo guardar, pero prepararse para estallar. Estallar también es sabio.
Sabiduría es tachar y volver a empezar; sabiduría es aceptar. En realidad, ¿Qué no es sabiduría? ¿Por qué la tenemos escondida? ¿Por qué la ocultamos tapandola con la inteligencia, que la supuesta se manifiesta como un 10 en una libreta? ¿Por qué son tan pocos los sabios y tantos los inteligentes? ¿Hay más sabiduría que inteligencia?
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