El cuerpo es la personificación del alma, pero esta última detesta estar encerrada, así que crece--o se achica--. Se expande, explora, llora y grita.
El corazón en su mejor amigo, juntos sienten aquellas cosas que al querer nombrarlas se nos enrolla la garganta. En cambio, con la mente se llevan como perro y gato; la mente cuestiona y el alma quiere "ser". Pero "ser" también es cuestionarse, ¿o no?
Hay quienes dicen que cuando estamos enfermos es porque el alma también lo está. No creo que esto sea así; considero más verosímil e hecho de que el cuerpo le ponga límites al alma; porque esta, con su deseo de brillar, a veces hace al cuerpo enfermar. Cuando la mente no está del todo de acuerdo con las locas ideas del alma, le tira una gripe, un resfriado, o un poco de fiebre. Y aunque la fiebre llega, por lo general, a los 38 grados al alma le cae como un baldazo de agua fría.
El cuerpo se escribe, se re-escribe y se describe. Tacha y sigue, o arranca y vuelve a empezar. ¿Habrá capítulos que no llegaré a cerrar?
El cuerpo es suavecito, por eso me abrazan; es duro y frío, y ahí llegan los "¡¿ay, qué te pasa?!"; el mío, al menos, también es de vidrio, porque puede romperse fácil. Pero lamentablemente también es de plastilina y se amolda. Se amolda para encajar, se amolda para entrar. ¿Me amoldo para encajar o encajar me amolda?
Mi cuerpo tiembla y no sólo de frío, sino también cuando se pasa la cabeza. El cuerpo contiene. Pero con la contención hay que tener cuidado: primero hay que contenerse, para luego poder ayudar a alguien a contenerse. Pero jamás hay que contener por alguien, porque al principio puede verse fácil, pero puede desbordarse igual de rápido a como cuando se cae un vaso de agua.
El cuerpo es como un universo: brilla, es bello, da miedo, es inmenso. Pero también explota, se apaga y se derrota. Pero siempre busca más estrellas para iluminar su alma...
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