Una vez de chiquita, me dijeron que no había refugios para humanos. Crecí en esa mentira, hasta que un día, algo cambió(nunca supe qué, precisamente) y me dí cuenta de lo equivocada que estaba esa persona.
Lo que pasa--y por lo que no culpo a la persona por su desconocimiento-- es que los refugios están escondidos y van cambiando de lugar y de forma con el paso de los años. Para que se te aparezca un refugio hay que tener una llave: un corazón roto. Con la mente también aplica, pero es más difícil que se rompa. El corazón siempre sufre más.
No es necesario tenerlo partido en mil pedazos para poder entrar a un refugio, con tenerlo un poquito rayado, y en busca de curitas, la puerta aparecerá sola. Es literalmente magia, o quizás una ilusión de la infancia.
Cuando era chiquita me refugiaba en dos lugares: el abuelo, la familia cercana; y si ésta no escuchaba(o yo no quería escucharla), me iba a un rinconcito en el living y me ponía a jugar. Jugaba desde a la escuela, hasta inventar obras de teatro. De ahí surgieron mis primeras historias.
Tiempo después el abuelo se fue, y el rincón dejó de llamarme todas las tardes. Necesitaba una vía de escape, y urgente.
En busca de posibles puertas secretas, un día saqué un libro de la biblioteca. Y vaya que evadí la realidad completa... Con las palabras de Michael Ende, y su "Historia Interminable", me sumergí en el poder de las letras.
Terminé con Ende y me metí con Poe, también con Ana Frank e incontables relatos más.
Y así fui leyendo y descubriendo; pero sobre todo evadiendo...
Era maravilloso cómo la historia de otro, le iba poniendo curitas a mi corazón para que pudiese contar la mía (y quién diría, ayudar a otros a moldear la suya).
Hoy tengo muchas curitas en mi corazón; algunas me animé a sacar porque creía que la herida ya estaba por completo sanada. Con algunas fue así, y con las que no, les puse otras curitas que saqué del cajón, pero no de cualquiera, del cajón de los recuerdos. Cajón, vagón, contenedor--como ustedes prefieran--, cualquier cosa que pueda retenerlos y mantenerlos alejados del peligroso Olvido.
Si me preguntan por mis refugios de hoy, señalaré un cuaderno y una lapicera, que yacen bajo la sobra de un Limonero; también mencionaría a mi familia, y a mi "P", mis dos "J", mi "M" y a mis dos "E". Porque después de todo, creo que estos elementos hicieron más que darme una curita, empezaron a hacer suturas...
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