¿Te acordás cuando te pedí la llave de tu corazón para poder entrar y ponerle curitas cuando fuese necesario? Me dijiste que primero te tenía que dar la mía. Lo hice y le dije a la desconfianza y al miedo que se vayan, que no había peligro.
Entraste y te quedaste un tiempito, te mostré mis cosas favoritas, como la música y las maripositas. Nunca te volví a pedir tu llave, creí que llegaría sola.
En su momento pensé que ya la había recibido, pero cuando quise entrar, las puertas se abrieron por sí solas, pero no me dejaron dar ni un paso, pues una llama de fuego salió expulsada y me hizo volar por los aires. No me rendí, intenté entrar varias veces más. Pero siempre era la misma respuesta. No te entendía. Llegó un momento en el que ya no quise volver a intentarlo. Los que siempre damos también nos cansamos.
Me fui con lágrimas cayendo por mis mejillas. Pero al llegar a mi cama me las limpié y me fui a preparar un té. Y no, Ceratti, no era té para tres, tampoco para dos. Era para mí, y tan solo para mí. Mi cuerpo me pidió aquello que siempre quiso recibir, así que se lo di. Le di el amor que necesitaba, y le cambié la cerradura al corazón para que pudiese entrar todo aquel que yo quisiese. Porque desde que te derretiste bajo la luz de tu propio nombre, yo doy, pido y recibo para mí...
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