Sentada en silencio, sólo se escuchaba el bullicio del día, lluvioso, como el día que nací; o al menos así me contaron.
Estaba oscuro por los cumulonimbos que tapaban
el cielo. Tenía mis estrellitas prendidas, las que cuelgan sobre la pared. Sentada
con las piernas estiradas en la cama y una almohada en la espalda, cerré los ojos.
Estaba sola en casa, así que podía poner la música clásica tan fuerte como
quisiera. Y también podía hablar sola como me encanta hacer, por supuesto.
Entonces solté la pregunta.
--¿Qué debo hacer?— Silencio absoluto, hasta
parecía que había dejado de llover de repente. Qué miedo, pensé, pero no abrí
los ojos. Agua, veía agua, mucha agua. Pero no me inundaba o ahogaba, estaba ahí,
en calma.
Me contagio de esa paz, y entonces comencé a
escuchar la respuesta.
--Primero conéctate con tu alrededor—me dijo.
Se consciente de tu accionar, no tienes por qué siempre buscar aportar un
granito de arena, ya hay muchos desiertos; no te conviertas tú también en uno—
Esa extraña voz me era familiar, pero era como
una mezcla de todas las sabias voces que escuché en mi vida. La del abuelo, la
de mamá y papá, la de Pauli y la de muchos amigos más.
--Buscá las mariposas—continuó. Y déjate las
uñas en paz, por favor.
Creo que me reí.
Mi mano se alzó involuntariamente, tomé la
lapicera y un papel que estaba en el agua. No estaba mojado, mis pies tampoco.
Dibujé una mariposa. Algo extraño en mí, no me gusta dibujar.
--Te guiarán—me dijo.
--Pero—no llegué a terminar.
--Escucha tu corazón y alza tu voz—Nadie puede
prohibirte la opinar—
Entonces todo se esfumó como el recuerdo del sueño
al despertar. Abrí los ojos, sentía como mi corazón volvía a latir.
Mi casa estaba inundada. Y había pocas mariposas.
Desperté, y me fui a la escuela…
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