De noche, entre los huequitos de la persiana, veo algo moverse inquieta entre las sábanas. Me propongo entrar, y como si pudiese romper las leyes de la física, entro a esa habitación oscura. Hay dos camas, un ropero blanco con un televisor. Y un escritorio con unos papeles y muchos lápices de colores. ¡Que pequeño era todo! Sentía que todo lo que estaba ahí en un momento había sido enorme.
Contra la pared fucsia que yace en la
habitación, sigue estando constante ese movimiento. Oigo una respiración agitada.
El viento hace que el jazmín de la entrada choque con la ventana que está en la
pieza.
Me acerco un poco más a aquel extraño
movimiento, me muevo flotando, sin siquiera tener una forma definida. Como una
sombra.
El movimiento cesa.
Despacito de debajo de la cobija rosada, se asoma una cabecita, con ojos muy abierto,
y dos trenzitas. Me mira. La miro. Frunce el ceño. Giro un poco la cabeza. Sus
ojos se mueven con inquietud, noto que está asustada. Casi que puedo sentir su
respiración agitada en mi rostro. Es pequeña, y tiene ojos grandes, como si
quisiera observar todo lo que la rodea. La puerta está cerrada, y el viento ruge
despavorido contra el toldo del patio, emitiendo fuertes ruidos. Se acerca una
tormenta.
Oigo a la nena rezar. Veo el reloj,y son casi la
una de la madrugada. ¿Qué hará despierta? ¿Qué día es? ¿Tendrá escuela al otro
día? Intento acercarme a ella y me choco con una silla, que está pegada a la
cama y tiene el uniforme perfectamente doblado. Una diminuta pollerita y una
remera amarilla con el logo de la escuela. Me es tan familiar que su calidez me
abraza y me tranquiliza.
Me acerco a la niña, y le pregunto qué le pasa.
No me escucha. O me está ignorando.
Su peluche de perrito se había caído, así que
se lo alcanzo. Sorprendida me mira, me agradece con la mirada.
¿Podrá verme?
Una lágrima de desesperación de le escapa del
ojo y rueda por su mejilla. Corro un poco el acolchado, y me acurruco junto a ella.
La abrazo.
--Va a estar todo bien, mi amor- le digo con la
voz más dulce que puedo.
La pequeña asiente con la cabeza.
--¿Tenes miedo?—Le pregunto. Vuelve a asentir.
Le daban miedo las tormentas nocturnas, igual
que a mí.
Le digo que cierre los ojos. Que piense en los
abuelos, que piense en su cumpleaños o en algún viaje que quisiera hacer.
Que se imagine que el viento despeina su pelo mientras
su piel roza las nubes. Que los pájaros pasan a su lado y la saludan con un silbido.
Le digo que esté tranquila, que después de la tormenta
el aire refresca y ya no hace tanto calor.
Le digo que el tiempo pasa, que logramos cosas
enormes. Que encontramos gente que nos quiere, y esas supuestas amistades que
tan mal la tratan, se fueron y en su lugar, llegaron personas que nos hacen encontrarle
el sentido a cada latido de nuestro corazón.
Le digo que seguimos escribiendo, que ganamos
cosas y que aprendimos otras. Que fuimos a la escuela de nuestros sueños, y que
de a ratos, visitamos el jardín con los pocos amigos de la primaria que nos
quedaron.
Le digo que tomamos siempre mate, y que
encontramos cajas llenas de barritas de cereal de chocolate.
Le digo que tomamos café y no tanto mate cocido.
Que dejamos de jugar al ajedrez y en su lugar salimos con amigos.
Le digo que se sumió en historias de brujas y Dioses,
que escuchó música y vistió todos los colores.
Le hablo a la niña hasta que se queda dormida y
deja de llorar; la sigo abrazando, la abrazo a ella, me abrazo a mí, y a todo
lo que alguna vez fui. Abrazo mis recuerdos y no los dejo irse, no dejo que
jueguen a la escondida porque siempre odie ese juego.
Miro hacia arriba y no hay techo; hay un inmenso
cielo estrellado que me encantaría apreciar con un telescopio. Hay constelaciones
que nunca nombré y personas que me miran con aprecio desde arriba. Me veo en
perspectiva, y abrazo a esa niña; a esa niña que hoy creció, que lo sigue haciendo.
Que cuida y descubre, que parece que cambió, pero no lo hizo tanto. Porque le
siguen aterrando las tormentas nocturnas, se desespera cuando no puede dormirse,
y sigue observando con los ojos bien abiertos todo para no perderse ningún
detalle.
Me permito cerrar los ojos, y sumirme en mi cálida
infancia, llena de baches en la memoria, pero llena de risas y abrazos.
@de.orugas.a.mariposas
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