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Kisho y la llave

 Kisho se encontró con un papel debajo su cama, un poco amarillento y arrugado, el cual decía:

“La vida sería aburrida si no existiera el aburrimiento. Sin esta idea de “no hacer nada”, o en casos “hacerlo todo”, pero aún así aburrirse.

Hay quienes dicen que detrás de la puerta del aburrimiento se encuentran las mejores recetas, los mejores poemas y hasta quizás nos topemos con un par de partituras. ¿Qué cómo abrimos esa puerta? Fácil, como cualquier otra, con una llave. ¿Estas dispuesto a encontrarla?”

¿Una llave?, pensó. Y salió corriendo a revolver los cajones de su casa para encontrar la llave a ese tesoro llamado aburrimiento.

Le habló al cielo y le preguntó por este tesoro; se sumergió al rio con unas antiparras para ver si encontraba alguna caja. De mientras, estudiaba Inglés e italiano, y con la otra mano jugaba a un juego con unos amigos, ah, y casi se olvida de que seguía jugando a la escondida con los chicos de la escuela.

Entretanto, intentaba encontrar el aburrimiento, o el tesoro, era lo mismo para el niño de 11 años.

Kisho, que según su abuela significaba “conoce su propia mente”, en realidad, conocía sólo un par de factores. Pero él creía que sabía todo, por eso le frustraba no encontrar el famoso aburrimiento.

Le preguntó a su sabio abuelo qué era eso, y este le dijo que no podía comentarle aún de qué se trataba, que era algo tan primitivo que era difícil de explicar, y probablemente no le interesaría la historia completa. Pese a la insistencia del pequeño, el abuelo no desistió.

Entrevistó al verdulero y al diariero. Le preguntó a la maestra y a su profesor de matemática. Nadie sabía decirle qué era el aburrimiento. Pero él no iba a abandonar la búsqueda por nada del mundo.

Buscó durante quince días, por todos los rincones del campo. Entre las vacas, en el campo de girasoles, y hasta en el granero de Don Julio, que vivía a varios kilómetros. Mientras caminaba, repasaba geografía, se aprendía las tablas y, si podía, dibujaba el paisaje—esa era su tarea de arte--.

El niño de pelo cobrizo estaba casi agotado, había soñado ya 5 veces con que encontraba el aburrimiento y lo misterioso es que siempre tenía una forma diferente: se lo encontró como taza, como cielo nublado(pero sin llegar a ser tormenta), y como lechuza.

Entre la búsqueda del aburrimiento y todas las cosas que le decían que tenía que hacer, no tenía tiempo ni para salir a andar a caballo, como a él le gustaba hacer en compañía de su prima Mankiran, que razonaba más rápido que un rayo; bueno, de hecho, por algo su abuela había elegido ese nombre para ella…

 Escribió en una hoja muchas veces la palabra aburrimiento, como su profesora de Lengua le había enseñado hacer para matar los “tiempos muertos” entre la clase de gramática y la de Literatura. Pensó que si se grababa la palabra en la memoria, el tesoro lo traería una mariposa.

Kisho dormía pocas horas, unas cuatro o cinco al día; dependiendo de qué tantas cosas había para hacer en el campo y en la escuela. También estaban sus pasatiempos, su favorito, matar el tiempo.

Le habían enseñado desde pequeño, que al tiempo hay que matarlo, destruirlo; que vino para robarnos sonrisas y recuerdos, que entre más pasa sin hacer nada, menos posibilidades encontraría en la vida futura. Lo habían preparado para ser lo más productivo de este mundo hiperestimulado.

Un martes de abril, Kisho se quedó dormido porque el día anterior había estado acarrenado las ovejas hasta altas horas de la madrugada. Y no pudo ir a la escuela. Situación que le produjo mucha ansiedad, andaba como loco para todos lados, y no podía esperar a que su prima regresara para que le dijese todo lo que habían hecho en la escuela y poder ponerse al día.

Kisho no tenía nada para hacer.

Y entonces, como si de errores se tratara, se tropezó con un pozo que había en la tierra fuera de su casa. Miró con curiosidad y sus ojos marinos casi se le caen ante la cara de sorpresa que puso cuando se encontró con una llave blanca. Con números. Y palitos negros.

No podía creerlo, ¡había encontrado la llave del aburrimiento! ¡Y tenía un cartel pegado!, el cual decía: TIEMPO.

Kisho respiró muy profundamente y se inundó del aroma a girasol y margaritas que yacía en el prado, y entones miró al horizonte, y vió a su prima llegar a caballo.

-¡Mankiran! ¡Mankiran! Exclamó. -¡La encontré!, ¡encontré la llave, prima! Los ojos le rebosaban de alegría y en los hoyuelos que se le formaban entraban hasta dos planetas de los grandes.

Con la llave bien apretada entre las manos, miró el reloj que tenía siempre en su muñeca, y se quedó estupefacto al ver que no marcaba la hora, sino que decía “cedé el tiempo, y así encontrarás el aburrimiento”.

Desde ese martes de abril, Kisho dejó de hacer tantas cosas a la vez, pone un tema sobre el escritorio, y al menos una vez a la semana, por lo general los martes, se sienta a las seis y media de la tarde sólo para observar el sol esconderse y aburrirse, si así se lo permite su mente…

Kisho le hizo honor a su nombre, y desde que descubrió el aburrimiento, conoce cada aspecto de su joven mente…


@de.orugas.mariposas

@martuu_bonino_

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